HACIA UNA JUBILACIÓN CRISTIANA

Lo primero que hemos de afirmar desde una perspectiva creyente es que llegar a la jubilación es una gracia y una oportunidad. Es una gracia porque nos regala unos años en los que podemos vivir intensamente. Y es una oportunidad para el crecimiento espiritual y el encuentro vivo con Dios.

 

  1. Nuevo marco para vivir la fe

Los jubilados tenemos nuestras tareas, al igual que nuestros hermanos más jóvenes, y ellas dan sentido a nuestra existencia… Vamos a recordar algunos factores que configuran el nuevo marco existencial en el que la persona jubilada ha de vivir su fe.

 

· Nueva forma de vida

Al jubilarse, uno se encuentra con que ha de estructurar su vida de forma nueva. Ya no hay por qué vivir bajo la presión del tiempo. Ha llegado el momento de poder dedicarse a lo que uno ha deseado siempre. Así pues, la jubilación despierta nuevas expectativas, aunque también se experimentan las limitaciones de la edad.

 

· Descubrimiento de valores

La edad avanzada trae también consigo una manera nueva de valorar la vida: mirarlo todo con más realismo, comprensión y verdad. Es más fácil descubrir nuevas fuentes de consuelo y alegría en la naturaleza y en el trato tranquilo con los amigos.

 

· La experiencia de la limitación

Al avanzar en años, la persona advierte que no posee la energía y vitalidad de otros tiempos. La experiencia de la limitación humana es cada vez más evidente. La persona se ve enfrentada a lo esencial. ¿Cómo abrirse entonces con fe al misterio de Dios?

 

· Nuevo modo de experimentar el tiempo

Cada vez más, la vida ya no está por delante, sino que va quedando atrás. La persona percibe el carácter efímero y pasajero de la vida, y también el valor inestimable de cada día y cada hora.

 

  1. Reencuentro con Dios

La etapa de la jubilación puede ser la gran oportunidad para un reencuentro vivo y gozoso con Dios. La fe recibida en la niñez era una fe segura y tranquila; se sabía exactamente lo que había que creer, hacer y practicar; todo era claro e indiscutible. Hoy todo se pone en cuestión y muchos han abandonado la práctica religiosa. Es el momento de purificar la fe y descubrir el verdadero rostro de un Dios Amigo y Salvador que sólo busca nuestro bien.

 

■ Desde la verdad del final

No es fácil aceptar la vida cuando está en declive y precisamente es ahora cuando la fe puede abrir la existencia del creyente a un horizonte nuevo: al final de todo está el Dios grande, misericordioso y eterno, que sólo quiere para nosotros la vida plena.

 

■ En acción de gracias

Casi sin darse cuenta, el jubilado comienza a recordar y revivir su pasado. El creyente sabe agradecer a Dios el regalo de la vida tal como ha sido, con sus horas hermosas y sus experiencias amargas. Ésta es la mejor manera de asumir el pasado y de sanar heridas o recuerdos dolorosos.

 

 

■ Acogiendo el perdón de Dios

Lo primero es llamar a las cosas por su nombre. Ante Dios no necesitamos defendernos ni disculparnos. El nos comprende y perdona. No podemos deprimirnos por el peso de la culpa. El remordimiento no es cristiano. La actitud cristiana es confiar totalmente en el perdón infinito de Dios. El perdón de Dios es perdón total y absoluto.

 

 

■ Irradiando vida cristiana

La jubilación puede ser una gran oportunidad para descubrir su cercanía amorosa de Dios. Nadie puede acompañarnos como Él. Es conveniente recordar que en esta etapa lo que más cuenta no es el hacer, sino el ser. Lo importante ahora no es tanto qué hace la persona, sino cómo es, qué irradia, cómo vive.

 

 

■ Enraizados en la esperanza

El desgaste, las dolencias y el cansancio mismo de la vida le hacen experimentar al jubilado que somos seres finitos y frágiles. Es el momento de fundamentar la existencia en el único Absoluto que es Dios. En él encuentra el creyente su fuerza y salvación. Al final, sólo Dios salva.

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